lunes, 4 de noviembre de 2013

Para alguien que conocí, comiéndome una paleta helada.

Es sumamente importante aclarar, que la siguiente entrada está subida en una temporada muy extemporánea.
La verdadera fecha en la que fue escrita, fue a principios de octubre del 2013. Lo cual es bastante irónico, si me lo preguntan.

¿Has escuchado acerca de los finales tristes? O finales felices ¿tal vez? 
Sea un final triste o feliz, que bonito es terminar. ¿Hay principios felices y principios tristes? 
Tú y yo nunca empezamos, tú y yo, nunca vamos a tener un final.
Me enferma que seas perpetuo. 
No quiero que me sigas queriendo. 
Mentira, claro que quiero. 
Pero no puedo obligarte a lo que ya no debo.
Tus rasguños serán eternos, grabados en mi espalda. 
Vuelve a jugar conmigo, mi cielo; por favor no abuses de mi calma.
 No sé porque te pareces tanto al nudo que traigo atorado en la garganta.
No es cuestión de que vuelvas, no es como si me hicieras falta. 
Pero somos eternos, sólo es cuestión de eso que toda la gente gasta. 
Tú sabes que aprender cosas, a mi, me encanta.
Sobre todo eso de dejar ir las cosas. Pero aprenderlo contigo, para nada me agrada.
Arrástrame como acostumbras, sígueme transportando encima de tu espalda. 
Todavía te extraño mi amor, todavía extraño tus ojos mirándome el alma.



Y si, has click aquí. Tienes que escuchar como lo dirías tú con detalle.

Boleto de lotería.

Ya es un poco más noche de lo que el anciano normalmente acostumbra a estar fuera de casa, y acababa de salir de cenar de ese restaurante que tanto le gusta. Esperando a que llegue el camión del transporte público para llegar a su casa, se acerca un joven que vende boletos de lotería.
-Señor, ¿No gusta comprar un boleto de lotería?
-No, muchas gracias.- Le contestó el anciano.
-Pero señor, dicen que es de buena suerte comprar boletos de lotería después de las 12:00 de la noche.- El chico siguió insistiendo.
-Por desgracia, no me siento interesado, pero agradezco tu amabilidad.
El chico no dio señales de parar en sus intentos de convencerlo. Tanto que el anciano aguantó un poco más de lo que acostumbraba. Así que decidió mentir un poco, sólo para deshacerse de él.
-Yo no necesito un boleto de lotería, chico. Ya tengo demasiado dinero. Más del que me podría llegar a gastar antes de morir. Así que mejor ve y haz que alguien más compre ése boleto de lotería, que si resulta ganador, que alguien más gane el dinero. Alguien que lo necesite más que yo.
El chico se fue, un tanto ofendido, cosa que no le preocupó al anciano. Entonces, un señor que estaba sentado en una banca, leyendo un libro, casi burlándose del horario del día; estaba escuchando la conversación. Se paró con aire de preocupación, dirigiéndose hacia el anciano.
-Señor, el dinero no te otorga la verdadera felicidad. Solamente el que cree en Jesús será feliz. Solamente el que cree en Jesús, se salvará.
- Y aquel que crea en Jesús, ¿Se salvará de qué?- Preguntó el anciano.
-De no ir al infierno, por su puesto.- Le contestó el hombre, como compadeciéndose por una ignorancia incurable.
- Y ¿Por qué asume usted que mi salvación es creer en su cielo? ¿Por qué asume usted que mi cielo no podría llegar a ser lo que usted considera como el infierno?- Le contestó serenamente el anciano.
El hombre pensó por un momento.
-Porque Jesús sólo dijo que se salvaría al que lo amara. No importa de qué, Jesús dice que salvará al que lo ame. Atrévase a amar Jesucristo.
-Si hago caso a sus creencias; Jesús nos entrega el libre albedrío. Lo cual implica que los seres pueden hacer las cosas por su propia conciencia, que Jesús no pretende imponerles acciones o pensamientos. Por lo tanto, tenemos la opción de amarlo o de hacer lo contrario y una vez dado el obsequio del Libre albedrío… ¿Por qué nos castigaría si nosotros decidimos no hacerlo?
El hombre siguió tratando de persuadir al anciano, siguió expresándole su manera de pensar. Siéndole fiel a sus creencias. Pero el anciano de nuevo estaba aguantando un poco más de lo que acostumbraba.
-¿Qué derecho cree usted tener para saber la verdad?- Le dijo el anciano, impaciente.
-Con el derecho que dicta la Biblia, señor.

-Hay muchos libros que dan la verdad, que en el caso de los creyentes como tú es la biblia. Lo que no significa que no existan otros libros. Existe una contradicción muy grande, que en realidad los cristianos ponen en palabras las enseñanzas de Jesús de acuerdo con su conveniencia, limitando la decisión personal de tomar una postura ante ciertas filosofías o doctrinas. Que contradice por completo, en la base en la que Jesús hizo al hombre; el libre albedrío. Por lo que en principio, a mí me parecería, que usted mismo, está en contra de la palabra de Dios. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

El disfraz de Sol me queda extremadamente grande.



Hace ciertas, pero no contadas semanas, la fuerza de gravedad me atraía a un acolchonado pasto. Húmedo y alegre. Aquella fuerza era bastante considerable, tanto que decidí estar más cerca de aquella mullida cama verde. Terminé acostada, sin necesidad de almohada alguna. Que pasto más verde. Yo gozaba acostada en el verano entero. Había fantasmas ciegos corriendo. Aquellos fantasmas no veían la belleza del momento.

Cerré mis ojos.
 Luego miré al cielo. 
Mis córneas no mucho me lo agradecieron.

De mis ojos empezaron a salir arroyos de lágrimas. Curiosamente no había un Sol hiriente en aquella pintura del cielo. Era intolerable, yo debía conocer el techo de aquel perfecto momento. Indignada, tuve que comenzar de nuevo;

Cerré mis ojos. 
Luego miré al cielo. 
Y mis córneas no mucho me lo agradecieron.

¿Qué chingados? Me levanté violentamente con groseras grietas en la arrogante cara. No sólo el cielo me había hecho hollín los capulines que tengo por ojos, tenía todo el cuerpo agrietado y chamuzcado.¿Que ocurría? Había pequeñas personas admirando al cielo. Y era evidente que tenían algo de lo que yo carecía.

Hice un último intento, y todo mi ser comenzó a arderme al momento. El cuerpo se me empezó a desbaratar en llamas, toda mi alma acabó tiznada.

El cielo estaba enojado conmigo. Yo definitivamente no pertenezco al cielo.

Fue entonces cuando lo entendí.El cielo está enojado conmigo, siempre juego a ponerme mi disfraz del Sol. Los rayos que irradiaba, me cegaban de ver que no llego a ser ni un gas flotante en el espacio.

¿De qué son los escalones de la escalera al cielo que algún día me fabriqué y dejé abandonada en alguna bodega? Espera, ¿Si quiera tengo escalera?

Tenía que tratar, una vez más.

Cerré los ojos.
Luego miré al cielo. 
No hubo perdón por mis arrogancias, recordé, que yo pertenezco al suelo.

viernes, 31 de mayo de 2013

Mantel moreno con manchas moradas muy obscuras.

Amanezco en una cama que jamás está tendida. Siempre duermo en ropa interior. Me siento en la cama y quito las sábanas. Tengo mi piel llena de manchas. Me observo. —"Vaya, mi piel es bastante morena.—pienso mientras me miro las piernas— Si, siempre la odié." Me sale otra mancha de la nada. ¿Qué es esto? Manchas moradas muy obscuras sobre un mantel moreno; que se ve horrible, por cierto. Que me duelen si las pulso, por cierto.

Me levanto, me miro al espejo. —"Maldita sea, odio mi maldito horrendo cuerpo".— Pienso mientras algo me arde mucho sobre la piel que cubre mi estómago. Me levanto la playera, tengo rasguños que me acaban de brotar. — "¿Pero qué mierda me está pasando?".—

Ahora camino por el único pasillo de mi diminuta casa, la que en algún día lejano y sumergido en el pasado, creí que iba a ser toda una fortaleza llena de amor para mi. Noto que me duele mucho la nuca, las cienes. Todo lo que envuelve mi cráneo. Me siento en el comedor y despliego mi cartulina. Nada. No se me ocurre nada.

Comienzo a rasguñarme la cabeza. Hago berrinches, porque odio el hecho de que mis ideas me abandonaron. Mi brillante ingenio se cansó de esperar a que fuera escuchado, así que decidió esfumarse. Me golpeo con fuerza en las piernas. Me rasguño frenéticamente el estómago y los muslos. Me trueno los dedos y los retuerzo con fuerza, me pego en la parte de atrás de la cabeza.

—"Juro que me quiero morir."— Pienso entre sollozos, cubriéndome el rostro. Esta vez, siento como me acuchillan el corazón. Y como inexplicablemente mis plantas caen más abajo del suelo. No sé explicar en dónde. —"No sirvo para esto"—Me digo en voz alta, al mismo tiempo que aviento mi lápiz y se me sacude el cerebro.

Soluciono esto volviendo a mi cama, al espejo. A contemplar lo horrible que soy. —"En verdad que no sé de dónde provienen éstas manchas que hacen que me vea tan fea. Por Dios, que rayas tan horrendas"—Pienso con la mente sumergida en una inexplicable penumbra. Tan inexplicable como de qué manera no me doy cuenta de quién es el monstruo que me obliga ver esta piel morena tan horrenda.